martes, 27 de abril de 2010

Quería ser escritor cuando era joven. Ahora me conformo con escribir un blog de bajo presupuesto y de pocos concurrentes. Hace unos días, circulando por la ciudad en un camión urbano, Mayra Borbón me recordó que hace mucho tiempo, como cinco años, aproximadamente, le había dicho, un amigo en común que yo quería entrar a estudiar letras porque tenía las negras intenciones de ser escritor. Pensé en ello una vez que llegué a mi casa y miré el bulto de borradores que he ido acumulado desde mi estancia en Hermosillo. Creí que sería una buena idea darles un vistazo, pero desistí apenas percibí las machas de humedad que acumulan las paredes de mi cuarto. No tenía, debo admitirlo, ningún recuerdo de ellas. Nunca había reparado en ellas, muchos menos de las telarañas tímidas que tienden desde mi ventana hasta algunos libros de historia que tengo arrumbados. Los desempolvé, no con el fin de leerlos, pero si con la intención de no dejarlos a la deriva del tiempo y del polvo que no sé por dónde entra a mi cuarto. Mi cuarto es pequeño. Tiene, según entiendo de geometría, unos cinco metros de largo por unos dos de ancho. Aunque pequeño, le cabe todo lo que necesito para seguir viviendo: un mapa de la república con los trazos de todas la carreteras, un closet portátil que compré en una tienda departamental (podré llevármelo, si es necesario, cuando me mude de ciudad), un escritorio que sostiene con estoicismo los libros que ya no quiero, una cama vieja con un colchón nuevo en el cual no ha pasado nada que sea digno de contarles y una ventana que nunca se abre. Vivo en ese cuarto desde que llegué a esta ciudad, hace más de cinco años, y recuerdo nunca haber reparado en él como lo hago ahora. Yo quería ser escritor, repito. Un escritor sin fama, pero que tuviera la honestidad suficiente para reconocer que escribe más de lo que lee. Un escritor que reconociera que las historias populares ya no alcanzan para mucho, salvo para deleitar a tus abuelos y algún curioso de tu pueblo con las historias que todos ya saben, o creían saber. Ahora quiero ser poeta. Un poeta afectado por sus circunstancias individuales. Un poeta triste, por decisión antes que por imposición. Aunque la bohemia sea algo pasado de moda, yo quiero aferrarme a ella antes que hablar de chingaderas que no conozco y que no siento. Mis temas, según el plan que me he trazado, serán la infancia, las cantinas, la gente que sufre por amores baratos e imposibles, la gente que canta con Marco Antonio Solís e Ismael Serrano. Hay material suficiente para echar manos a la obra, para comenzar a soltar la mano en estrofas y versos ripiosos y forzados. Total, pienso, cualquiera gana el concurso del libro sonorense, qué me impide a mí, ser torturado y de escasa experiencia, ganarlo. A fin de cuentas, dice Sergio Valenzuela, ese concurso todos lo ganan! No sé porqué, pero siempre que escribo termino hablando de otra cosa que nunca figuró en mis planes. ¿Entonces qué, Fontacho, le entramos al barroquismo?

3 comentarios:

Medusa dijo...

A mí me gusta como escribes.
Te leo no desde hace mucho, y desde antes que supiera que quieres ser escritor, y tus textos siempre me dejaron -dejan- la sensación de que los escribe alguien con talento.
Cometí el error -aunque no habría podido estudiar otra cosa- de estudiar literatura porque quería escribir. Pero no me arrepiento. Conocí la calma antes de entrar de lleno en la tormenta.

Tewfiq de Quevedo dijo...

Sí, Gabito!

David Rivera dijo...

Tons yo ya voy màs jodido, yo empecè queriendo ser poeta y creo que ahora no soy nada...
Saludos!!!

hace falta pistear con los compas...