jueves, 4 de febrero de 2010

Abigael Bohórquez y la universalización del lenguaje

Porque si no lo digo
Yo
Poeta de mi hora y de mi tiempo,
Seme vendría abajo el alma, de vergüenza,
Por haberme callado.
Abigael Bohórquez


La primera ocasión que escuché hablar a alguien sobre Abigael Bohórquez, recuerdo, lo olvidé apenas la conversación cambió de tema. Después alguien me invitó a presenciar un documental que Mónica Luna había producido con motivo de un homenaje que Abigael recibiría en vida y que nunca recibió puesto que días antes fue encontrado muerto, consecuencia de un paro cardiaco, en la soledad de su departamento. Supe, por primera vez, quién era aquel hombre de lentes y pelos lacios que con un fervor, para mí inaudito, leía apasionadamente: “Hoy me llegó una carta de mi madre/y me dice, entre otras cosas: –besos y palabras-/que alguien mató a mi perro”. Me sorprendió sinceramente su peculiar manera de pronunciar las palabras, de marcar con la cadencia típica del bolero los acentos, su manera de sacudirse emocionalmente al ejecutar en voz alta la lectura. Sin embargo, lo que más me impactó de aquel video fue ver a un hombre que lloraba de agradecimiento, de consternación, de humildad.

Años más tarde, no sé si por casualidad o por causalidad, adquirí Heredad, antología provisional (1956-1978) que el Instituto Sonorense de Cultura y el Colegio de Sonora reeditaban. A partir de entonces comencé un acercamiento, no quisiera decir profundo sino más frecuente y serio (si se me permite esta última expresión) con la poesía de Abigael Bohórquez. Recientemente, no con pocos esfuerzos, llegó a mis manos otra antología del poeta de Caborca: más amplia puesto que recoge 38 años de quehacer artístico, mejor comentada debido al carácter testimonial y poético tanto del prologo como del prefacio y, algo digno de comentarse, editada y distribuida al menos fuera del ámbito sonorense y no pagada del bolsillo gastado de Bohórquez, sino por la Universidad Autónoma Metropolitana.

Abigael Bohórquez es un gran poeta regional, si por región entendemos nuestra realidad más próxima que es Latinoamérica, cito al profesor Francisco Luna sin ningún afán lisonjero. Estoy seguro que muchos estaremos de acuerdo con semejante aseveración. Abigael Bohórquez es un autor que difícilmente podemos enmarcar en unas determinadas coordenadas geográficas, (sean estás Sonora, Sinaloa, México) puesto que su labor, su ejercicio, su manejo del lenguaje transgrede el espacio de la enunciación para incrustarse en el reducido cosmos universal de la poesía. Dicho lo anterior, y tomando en cuenta que pocos podrían ponerlo en duda, replanteo la pregunta que se hiciera tanto Dionicio Morales como Martha Munguía, ¿por qué si ya nadie pone en duda la calidad ético-estética de la poesía de Bohórquez; si sus obras, que hablan por sí mismas, son una pieza fundamental en el mosaico de la poesía mexicana, por qué, entonces, no se le ha hecho la justicia poética necesaria, tanto a nivel local como nacional, al primer poeta, en palabras de Pellicer, y quizá el más importante que ha dado el Norte de México? Y no se refieren a la creación de una estatua de oro en la plaza Zubeldía, ni a la incursión de Bohórquez al salón de los hombres ilustres, sino a la compilación y edición crítica de toda su obra y una distribución a la altura de una voz tan genuina. Abigael es y fue un poeta digno de ser escuchado con los mismos oídos que se presta atención a los poetas burgueses, a los poetas adjuntos a los grupúsculos culturales y entre otros de menos calidad pero de mayor prestigio.

Después de esta digresión, por momentos subida de tono, quisiera prestar atención a una serie de poemas “quiebrahuevos”, en palabras de Dionisio Morales, que ejemplifican la propuesta de este trabajo: Abigael explora el lenguaje, lo recrea, lo revalora y lo modifica en función de la poesía misma, que no en la exaltación del folclore regional. Sus múltiples rutas, siguiendo a Francisco Luna, son los lugares de la poesía (en términos académicos “la metapoesía”), los de la sátira social, los del amor en todas sus manifestaciones, los de la injusticia, los de la indignación y la afrenta, los de la infancia y la dignificación del lenguaje, etcétera.

Veamos, entonces, cómo se cumple aquella premisa de que todo poema manifiesta implícitamente, o en ocasiones explícitamente, su poética:

“Manifiesto poético”

Mientras no tenga el lápiz
Curvaturas de hoz para segar el trigo,
Rumor de cascos para horadar la mina,
Devoción de machetes para abrir carreteras
No me sirve.
Ya no estoy para rosas

“Del oficio del poeta”

Poeta es- lo más que menos-
Hambre, vendimia de la luz
Por un pedazo agrio de pan mensual,
Abdicación, condena
A trabajos forzados.

En el primer fragmento puede observarse que el ejercicio poético se concibe como un acto beligerante, como un acto despojado de la cursilería, como un acto que apuesta al compromiso social. Esta última visión se concretiza en poemas como: “menú para el generalísimo”, “canción de amor y muerte por Rubén Jaramillo”, “Carta abierta a Langston Hughes”, entre otros. El segundo fragmento, de corte sátiro y jocoso, puede relacionarse, tomando la debida distancia, con la problemática experimentada en carne propia por Bohórquez. Sirva la dedicatoria como refuerzo de lo anteriormente dicho: “A los poetas que, alzados en la madrugada, sobreviven a su gracias desde un menospreciable empleo burocrático”. Y es que, como es sabido, Bohórquez trabajó impartiendo talleres en Milpa Alta, Xalco y Hermosillo sin que su trabajo fuera reconocido como lo merecía. Las razones pudieran ser muchas, pero de las que nos habla sus propios textos es una: la falta de un mecenazgo que se obtendría a fuerza lamidas, a fuerza de venderse.

Más importantes me parecen los poemas que incorporan ciertas palabras, en algunas ocasiones autóctonas, en otras, arcaísmos y en otras tantas pachuquismos o voces provenientes del náhuatl, con la consciente intención de revitalizar el lenguaje, de incorporarlo al presente, de vindicarlo y dejar un registro poético de su esencia y existencia, por ejemplo:


“Reconcilio” (fragmento)

Por eso, visceralmente,
Puedo decir estas palabras sacratísimas
Con su sabor antiguo, ejidal y purísimo,
-Adela, parece que te escucho-
Chicharra, bichicori, chora, calichi, pechita, mochomo,
Choya, cachora, churea, chilicote,
Chapo, sopichi, cochupeta, bichi,
Apapuchi, chiriqui, cuitlacochi,
Subterráneos imanes, digitales soledades, sombra casi luz solida,
Oh, desierto, oh inmensidad, oh espacio
De las girasoladas quemaduras,
Oh, Tú, poesía, profundísimo hueco, carne viva,
Ahora estás conmigo.


“Reconcilio” es un poema épico sobre el desierto y un ejercicio de poetización de la memoria, de los primeros años. Aparece en 1980 en el libro titulado Desierto mayor. La voz del poeta ha volcado su mirada al lugar de origen, ha aprendido formas de representación, ha descubierto, tómese como ejemplo el anterior fragmento, la capacidad y la nostalgia de sus palabras primigenias: las ha dispuesto musicalmente para que las voces del desierto canten las melodías de la infancia.
Otra veta significativa de la poesía de Bohórquez es la que comienza en 1976 con la aparición de Digo lo que amo y sigue su derrotero hasta sus últimas manifestaciones artísticas. El poeta, despojado de ciertos prejuicios en torno a la sexualidad y favorecido por la libertad poética, construye un hablante lírico que expone sin ninguna tara moral sus preferencias sexuales: algunas veces velado, en otras ocasiones codificado y en muchas otras expresado con un tono humorístico particular:
B. A. y G. frecuentan los hoteles (1988)
Frecuentar los hoteles
Es olvidar qué fuimos allá afuera,
Por cuál camino de entresueños
No me dejas dormir,
Por qué razón padezco y me padeces
El pecado, el estigma
De estar dos hombres en el amor,
La expiración delictua,
La agonía,
El santísimo entierro
En el que sabe cual de los dos
Murió primero.

Country Boy (crónica de Xalco…) 1988

Andarás como te plazca, piltontli, (chavo)
De equívoco en equívoco, my baby,
También tus botas, tu cinturón, tu levi´s,
Tu guitarra, tecuilontli, (el que se coge a otro)
Y tu aroma de otro antro;
Pero me too, a huevo,
Como me plazca,
Amándote sin razón.


La poesía de Abigael recorre las diversas formas métricas, tematiza las más cotidianas experiencias vitales y exprime del leguaje la multiplicidad de posibilidades que éste le ofrece. “llanto por la muerte de un perro” aquel primer poema de Bohórquez que me lanzó un cross a la mandíbula, recuerda en gran medida a los recursos empleados por los poetas modernistas para lograr el ritmo. Aunado a esta forma, el contenido expone la muerte injusta de digno compañero de la infancia “Ay, en esta triste tristeza en que me hundo,/la muerte de mi perro sin palabras/me duele más que la del perro/que habla,/y extorsiona,/y discrimina,/y burla;” Es, como señala Morales, el gran poema ausente en las antologías. Abigael conoció el verso libre y se apropió de él, lo magnificó; exploró las posibilidades del amor despojados del estigma del metro y de prejuicio moral; abarrotó, como si de estadio de beisbol en play off se tratara, de poemas memorables cuya solidez estilística y rítmica se cimenta en enumeraciones y aliteraciones, de palabras lapidarias que sorprenden, o rompen huevos:

pero tú,más lejos que tú mismo,estás ahoranunca más lejos de mis manos,y entro y salgo del todo,y entro y salgo,que no da sombra tu lugar:vacio;que ya no da para más;que ya no vienes;que te me vas;que te me vas en todo lo que amas;que estás y estoy amando;que estoy llamando a nadie por tu nombre,y alguna vez:el viento.
Bohórquez escribe en momentos de crisis: Tlateloco, la dictadura priísta, un creciente sentimiento de homofobia, una atmosfera de represión y crisis económica, en un periodo de iniciación de desplazamiento de los ejes culturales del país: se puede escribir desde el norte obras de verdadera universalidad. Abigael es sensible a todos estos factores, le afectan; hace de ellos poema, como medio para el fin que es la poesía. Verbaliza el desierto, lo transpone; nutre el lenguaje de anacronismos: lo revitaliza; emplea palabras locales para incrustarlas al lenguaje poético, es decir, universaliza. Entiende que la poesía se debe a su circunstancia, que es el hombre, por eso su compromiso son con sus problemáticas: el amor, al arte, la sociedad, el SIDA, etcétera.
A propósito del SIDA:

Vengo a estarme de luto por aquellos
Que han muerto a desabasto,
Por los que rútilos o famélicos,
Procurando saciar su corazón o su hambre,
Cayeron en la trampa;

Yo nunca conocí a Abigael Bohórquez, sólo me han llegado rumores de un hombre humilde y desprendido. Me han hablado de él en las cantinas, en los pasillos de la escuela Francisco Luna me ha dicho que no chingue, que no repita cosas que no me constan y que de antemano son falsas. Sin embargo, creo que la verdad sobre Abigael Bohórquez no me la podrá contar nadie, porque ya lo hizo él mismo en sus cuarenta años de trayectoria, en sus libros que requieren una compilación completa. Quién mejor que nosotros, los lectores que lo rescatamos de los estantes, los que iniciemos en un futuro no muy lejano una tarea semejante: mantener vigente el legado ético y poético del primer poeta importante, más no el último, que ha dado el norte.

2 comentarios:

nacho dijo...

Clap, clap, clap... jeje... me gustó mucho este post. No coincido con todo lo que dices de AB, pero está muy bien escrito... Lástima que este año el género ensayo no estará presente en el concurso del Libro sonorense...
abrazo... nacho m.

Tewfiq de Quevedo dijo...

Perfectamente sé que mi post sobre Nezahualcóyotl, y asimismo, sobre La Celestina, es decir, las dos ponencias que colgué en Tertulianoz cuando fui joven, eran mucho menos interesantes que esto; pero creí que todos habíamos aprendido la lección. Celebro a los desobedientes, no obstante.
Un abrazo fuerte.