martes, 26 de abril de 2011

Querida, muy querida Amalia. Supe que estabas viva por el medio más inverosímil, aunque, cabe decirlo, jamás pensé que estuvieras muerta. Sería imaginar demasiado. Dulcísima Amalia, yo quisiera llenarte esta carta con todos aquellos clichés de las canciones que escuchábamos juntos en nuestros largos viajes por carretera, cuando yo cabeceaba frente al volante librando las luces de los camiones que amenazaban estamparse con nosotros. Te acuerdas: mariposa de menta, luciérnaga curiosa, gata de alfombra y demás vocativos absurdos para librar el sueño de la carretera que conducía a la provincia donde vivían tus padres, en las afueras de aquel país en el que fuimos tan felices y después tan desgraciados, el mismo que un buen día, por obra y gracia de las políticas internacionales y las convulsiones internas de la nación, cambió de nombre, de idioma, moneda y hasta de paisaje y terminó dividiéndose en no sé cuántas regiones. En la convulsión, en medio de una ensalada rusa que ni Dios entendía, cuando éramos comunistas, te fuiste a casa de tus padres argumentando discrepancias ideológicas insalvables. En ese momento, queridísima Amalia, no tuve las agallas suficientes para gritarle al mundo que nuestras ilusiones de un mundo mejor se habían ido al carajo hace muchos años y que más valía adaptar nuestro sistema a un nuevo orden de ideas que nos permitirían seguir en la lucha. Quizá, pero sólo quizá, tú y yo seguiríamos juntos, hombro con hombro, dándole sentido a nuestras vidas. Amalia, desde que te fuiste cualquier revolución me parece una farsa. Y el tiempo, ese viejo barbón con el que ilustran los almanaques de fin de año, no me dejado nada. Ayer fui al mar y no se me ocurrió nada para seguirte escribiendo. Saludos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

chingón

Patricia. dijo...

aires revolucionarios... no Buenos Aires, o tal vez si.