miércoles, 11 de mayo de 2011

Se está haciendo cada vez más tarde

Querida: buenas tardes. Lo que más me gusta de ti, hablando de aspectos que poco o mucho tienen que ver con el físico, es tu sensibilidad. Ahora que si me preguntas que parte de tu cuerpo me gusta más tendría que decirte una parte distinta todos los días. Es que, a decir verdad, lo que más me gusta de ti es tu conjunto. ¿Para qué habría de querer tus labios sin el hálito mágico que envuelve a tu boca? ¿Tus piernas sin su andar cadencioso por la arena? Espero poder transmitirte una idea clara de lo que provocas en mí. Sin embargo, querida amiga, yo he querido escribirte para decirte que no hace muchos días he encontrado un libro maravilloso que me gustaría compartir contigo, con los riesgos que ello supone.

La primera vez que lo leí te juro que no podía creer lo que me acaba de pasar. Sin embargo permíteme contarte algo antes: una vez, por caprichos del destino, fui a Santiago de Chile. Quiso mi suerte que ese día, que casualmente estaba yo ahí, se montará la feria del libro nacional. Fui (cómo no hacerlo) impulsado por el deseo compulsivo de comprar algo exótico. Para no hacerte el cuento largo, encontré ese libro en una larga pila de libros del mismo autor. Leí la solapa y sin dudarlo lo compré a un precio desmesurado. En el camino de regreso quise leerlo, pero había algo raro que tardé mucho tiempo en descubrir. Yo ya conocía a Antonio Tabucchi: tenía nociones de su estilo y su forma de contar historias. El libro que yo tenía en la manos (se está haciendo cada vez más tarde) prometía ser el mejor según mi fuero interno. En un camino difícil, de montañas y pinos, que va desde un pueblo fantasma llamado Chaitén hasta Futalefú comencé a hojearlo y no supe si era el frio, o la imponente cordillera o quizá lo accidentado del camino lo que me impidió concentrarme en la trama de un anarquista español que daba su testimonio sobre la guerra civil. Algo raro había pasado con el Tabucchi que yo leí en Sostiene Pereira o en El juego del revés. Sin embargo estaba en el plan de perdonárselo todo. Al principio creí que estaba leyendo un prólogo con un fuerte contenido ideológico: luego tuve la sospecha de que me habían vendido gato por liebre y así fue. La portada, la solapa y hasta el precio coincidía con el libro de Tabucchi pero el contenido correspondía, precisamente, al de un autor anarquista que exponía el impacto de los ideólogos rusos en España. Qué le queda a uno después de esto que no sea el ultraje y el sentimiento de angustia ante la frustración de las expectativas generadas. Pues para decirlo pronto y a lo bestia, me emperré en conseguir el verdadero libro y emprendí una búsqueda exhaustiva por todas la librerías que me fui topando en Argentina. Y fracasé en todas, también en las virtuales, y mi esperanza de toparme de nuevo con ese libro se fue diluyendo lentamente. Intenté llenar esa trama de la solapa con mi imaginación, pero eso sólo aumentaba el morbo de saber si el libro era mejor de lo que yo podía suponer.

Prometí no hacerte el cuento largo, querida amiga, pero el libro no es solo un objeto físico sino las circunstancias que me llevaron a él: lo encontré, como siempre pasa, cuando empezaba a olvidarlo, en una librería de viejo y toda la vorágine que me provocó al principio resurgió con más fuerza. Lo compré y lo leí en una sola noche. Más de doscientas páginas. Quedé fascinado y satisfecho al saber que era mejor de lo que había pensado. No quiero arruinarte la trama, aunque en el fondo y en la superficie yo pienso que contar tramas, sea de libros o películas, no demeritan en nada al objeto. Lo importante, según mis pobres ideas, no es como termine sino lo que vaya pasando, el devenir. Entonces, permíteme decirte, se trata de un epistolario muy singular.

Una serie de personajes, todos varones, escriben cartas a sus fantasmas del pasado. Esto que te cuento, querida amiga, simplifica demasiado las cosas: estos hombres escriben cartas al tiempo pasado desde el sentimiento de pérdida que experimentan en el presente. Escriben cartas que no tienen respuesta pero contemplan todas las preguntas: hablan del amor, de la muerte, de los sueños frustrados, del sexo, del arte, del mito, del Dios y lo más importante: de ellos mismos. Yo leo poco en comparación pero bien y con el paso de los años me he venido convenciendo de que los libros que más me gustan son aquellos que descarada y pecaminosamente hablan de ellos como si no hubiera nada más importante. También sé, no preguntes cómo, que todos los libros hablan primordialmente de sí mismos. Es la magia (perdonaras mi romanticismo), la invitación impostergable a convertirte en el autor de esas cartas inolvidables. Este libro me ha dejado, en el ejercicio saludable de ser quijote, la tragedia de la muerte, la vicisitud del destino, las discrepancias ideológicas, los largos viajes por las provincias italianas y la oportunidad de contemplarte en todas tus posibilidades: en la fugacidad, en los umbrales de las madrugadas en las que muchas veces te he imaginado en los brazos de otros hombres, en tus años y los míos, en los sueños que debes tener cuando haces el amor en los brazos del que tuvo el coraje de casarte contigo y en todo lo que quise hacer contigo.

No te he dicho nada del libro, querida amiga, porque no sé cómo hacerlo o quizá porque temo no poder transmitirte con claridad las delicadas metáforas de la muerte y el amor. Toma todo esto, pues, como un esfuerzo en vano, un balbuceo de mi experiencia personalísima con ese texto y luego hablamos.

1 comentario:

Ansel Daniel dijo...

Mira nomas....!!! ¿Cuándo vienes a Mochis?...Me has transmitido la necesidad de leer ese libro, y me gustaría que me lo prestaras una noche, a ver si en verdad tiene algo de magia. Un saludo perro....!!